De niña soñaba con tener una muñeca negra. Quería un bebé negro. Pero nunca me la regalaron, y entonces mi favorita siempre fue una chiquita rubia de marca Corolle. Aún hoy, si se le huele el pelito y la cara, emana un olor dulce de vanilla. Ahora tengo una muñeca mexicana, morena, pequeña y colorida, sentada al lado de mi cama.
Igual que mi Daruma japonés, es un souvenir envuelto en papel que cruzó mares y países para encontrar un lugar caluroso y seguro en mi casita. Se parece a una campesina folclórica y tiene el pelo negro que siempre he soñado tener. Porque todo en México es chiquito menos el DF, no podía faltar la muñequita.