Importado desde Japón, mi oso Bearbrick observa desde lo alto de sus siete centímetros cómo Barcelona se convierte cada vez más en mi nueva casa. Poco después de mi llegada en 2006, sus encantos de caramelo gelatinoso con sabor a bubble gum despertaron la gula de un gato pelirrojo bautizado Piti. Durante un juego de pelea sin precedentes, Jellybean perdió su brazo derecho para siempre en garras de un felino en plena crisis de pubertad.
Mi juguete japonés Jellybean proviene de una familia numerosa de figuritas llamadas Bearbrick cuyos hermanos se reproducen al infinito en categorías tales y como la saga Star Wars, los superhéroes o el universo Disney. Creados por Medicom, los osos Bearbrick se componen de nueve piezas separables y su principal característica es aquella pancita sobresaliente para comérsela.
Mientras la novena pieza de mi Jellybean anda suelta en algún piso de Barcelona, el cartel publicitario que lo acompaña sigue intacto. Hoy, cuando miro aquella ilustración de la Tore Eiffel, pienso en mis raíces francesas que nunca pierdo de vista y me atrevo a decir que Jellybean es mucho más que un Art Toy de plástico con diseño moderno : es un fiel compañero de viaje, un brazo derecho perfecto.